Poemas
Tres pomas del libro:
Ciervo Fugitivo
(Edition Furtiva, 2020)
Paisaje frente a mi hija
Tus manos juegan con las ondulaciones del viento.
A lo lejos las montañas son el rostro blanco
del que hemos salido sin darnos cuenta
y al que volveremos con plena conciencia;
la nieve sólo demora el paso, rompiéndose en el agua.
Tus manos juegan con las ondulaciones del viento,
como si acariciaran el trote de un caballo
que vuela sobre las estepas del norte;
su alma relincha por tus dedos
y asciende como un laberinto de humo.
Tus manos juegan con las ondulaciones del tiempo.
La luz serpentea entre los troncos dormidos.
El lago es sólo un puente hacia otra orilla.
El baile de mi abuela
I
La paz era el danzón que mi abuela bailaba
temprano en las mañanas mientras barría
los pensamientos del almendro
o abría las ventanas
para que el aroma del arroz con leche
endulzara los primeros rayos del sol.
Una melodía nacida entre los dedos
convertía en oro cada sombra que tocaba:
la pobreza del café, la penuria del pan,
el sinsabor de unos frijoles negros
que apenas alcanzaban para todos.
El lento y solitario bailecito sobre las losas carcomidas
era el roce suficiente para multiplicar los peces.
La desilusión de la memoria
En el espejo roto de la ausencia
la memoria proyecta su retorno;
intuye que el recuerdo es un adorno
fugitivo, banal y sin esencia;
débil voz en el mar de la conciencia
que naufraga despacio en el entorno;
frágil cuerpo que ofrece su contorno
con el afán de asir la evanescencia.
Explora los fragmentos desunidos
como en las playas busca la retama
el lejano zarpar de los sonidos.
Sondea los reflejos de su drama
al saber destrozado por quejidos
el lejano recuerdo que nos llama.
Tres pomas del libro:
Queen Street West
(Editiones Silueta, 2015)
Polifemo
Como remolinos extraviados
que se aproximan en busca de espacio,
aire o simplemente bosques consumidos,
regresan los estruendos a la cabeza del cíclope.
Como piedras gigantes envueltas en fuego
y lanzadas desde incógnitos silencios,
quiebran su único ojo, ventana multiforme
sobre superficies y esencias.
El cíclope herido y algo deshecho
sostiene su rostro en llamas,
su transparencia de niebla enmudecida.
Y en sus manos el ojo fulminante gira,
telúrico palpita, ensangrentado truena
en las colinas derribadas.
El misterio de mi perro
Aun la suave progenie de los perritos domésticos
trata a veces de pelear y levantarse del suelo,
como si viera rostros desconocidos.
Lucrecio
En ocasiones mi perro se despierta sobresaltado
como si hubiese entrado un intruso a la casa.
Frunce el ceño y sus ladridos son tan feroces
como el misterio de su rabia.
Recorre todo el hogar celosamente:
la sala, los cuartos, la cocina y hasta el baño.
Y sólo cuando llega al sitio más oscuro,
al lugar más empolvado y distante,
como si reconociera la mano que una vez lo alimentó,
como si toda la alegría de este mundo lo tocara,
regresa silencioso a su nido,
y luego de un bostezo muy amplio, se abandona al sueño.
​
“Inebriate of air...”
Emily Dickinson; en estos tiempos
n que todo está prohibido
nos sentamos junto al lago a leernos mutuamente.
Es cierto que el sol nos acompaña
como un lagarto hambriento
y que sobre las cabezas de los árboles
hay siglos escondidos,
pero la tarde no es perfecta si no llegan estos hombres
para hacernos preguntas de su oficio:
“Any identification, sir?
Do you know it is not allowed to drink in public?
150 dollars is a very expensive beer, sir…”
Y sus ojos olfatean mis respuestas,
tropezando con el hueso de tus versos
dejados sobre el césped,
donde una foto tuya nos observa
con rostro sosegado y cubierto de tierra
para que las abejas sueñen en tu frente.
Y los hombres se alejan orgullosos,
conversando sobre temas olvidados,
y yo recojo tu libro, ya húmedo por la hierba,
y continúo la lectura donde la habían detenido:
“When butterflies renounce their drams,
I shall but drink the more!
Till seraphs swing their snowy hats”.
Tres pomas del libro:
Elsewhere
(Edition Furtiva, 2020)
Presente
para Angélica,
que me dibuja el tiempo
Deja que los restos del cristal continúen cayendo.
Reposemos por un instante
como si fuéramos a presenciar el nacimiento
de cualquier animal
o a sumergir las manos en el universo.
Tenemos poco tiempo, en la sangre corren
piedras que nos calcinan y devoran el cuerpo;
los días tienen la brevedad de un trueno
si los comparamos con el sol.
Este segundo quedará sin nombre,
no será recordado por los futuros cadáveres
que flotan en alguna parte,
ni por los antiguos hombres que hoy no existen.
Incluso nosotros, únicos testigos, ya lo hemos olvidado.
Sugerencia
Llena el valle de ternura.
Enciende varias velas a los dioses
y entona cantos a la hierba.
Conversa con animales prehistóricos,
dales de beber con tus propias manos
y acaríciales la frente áspera.
Toma el frescor bajo los árboles
que algún día desaparecerán
sin dejar ni rastro de sus sombras.
Dedica pensamientos a las aguas,
a los helechos verdes,
a la evidencia de un sol lejano.
Y luego preséntate a esos hombres simples
que comen pescado fresco
y diles que vas de paso.
Agosto de 1994
para mi hermano
Los habitantes de la gran ciudad
eran adictos a la distancia,
a los abrazos,
y los hogares, desde entonces, perdieron
las tranquilas ventanas de la tarde.
El temor, con su rostro demacrado,
ocupó un lugar en nuestra mesa.
No había relación entre el presente y el futuro,
sino la urgencia de abrir puertas
para soltar una bocanada de aliento
o simplemente decir un nombre.
Sólo mi madre se internó en su cuarto
y apagó las luces (aún permanece sobre su cama,
sin decir palabra, inmóvil, con los ojos cerrados).
II
Las avenidas se poblaron de murmullos,
de vidrieras rotas, de piedras silenciosas
que viajaban veloces
como las sombras de las aves.
Parecía ser el verano más caliente,
pero el mar lo puede todo.
Luego fue el tiempo de la madera
y los portales apuntalados corrieron peligro,
el ansia de los despojos más valiosos
que las estatuas en los parques.
¿Hay algo más cercano
a la vehemencia que la muerte?
III
Lo más apremiante en una isla
siempre ha sido echarse al mar
o imaginarse la otra orilla: los ojos
se llenan de nubes
que tienen diversas formas.
Todos los moradores corren el riesgo
de escaparse por el cielo, aunque luego llueva
y no queden más que pequeños charcos en el aire.
Así nos confundimos en aquel largo mes:
entre el sueño y la tormenta.
IV
Agosto fue un buen mes
para esconderse bajo las piedras
o para abrir huecos muy hondos
y renunciar al sol.
La noche era el mejor momento
para sacar los ojos y tenderlos sobre la arena:
bañarlos con agua de mar nos devolvía
el agradable olor de los corales.
Aún recalan cuerpos en la playa,
con las manos cubiertas por la espuma;
nadie jamás los ha tocado,
pero se dejan ver sobre los arrecifes.